El testigo de Juan Villoro



Leí hace algunos días, como hipnotizado, El testigo de Juan Villoro, que por una u otra cosa no había leído hasta ahora. Pocos escritores gozarán (el verbo, diría Borges, es excesivo, y equívoco) de una omnipresencia semejante a la de Villoro en la literatura mexicana actual, de la que está llamado a ser, cada vez más, una de las figuras tutelares (una tutela sui generis, benévola y modesta, como su persona, radicalmente distinta a la ejercida por otros escritores); a donde quiera que se volteé, aparece su nombre: un libro nuevo, un artículo en el diario, una obra de teatro, una entrevista, un programa de televisión sobre futbol o las pirámides. Me temo, sin embargo, que esta popularidad opaque un poco el verdadero valor de su obra y cree una fácil y falsa familiaridad con ella. Para muchos, Villoro es principalmente el escritor chistoso y buena gente que también escribe libros para niños y le gusta el futbol. Sí, pero para la literatura será ante todo (hasta ahora, al menos) el autor de El testigo. Lo confieso: yo mismo, más o menos familiarizado con el resto de su narrativa, sus ensayos de crítica literaria, sus artículos y crónicas, su teatro, esperaba, naturalmente, que ésta fuera una buena novela, escrita en su característica prosa afilada y exacta, pero la obra rebasó todas mis expectativas. No es, meramente, una buena novela, es una extraordinaria novela, una de las cuatro o cinco mejores novelas de la literatura mexicana. Es también, sospecho, una de esas obras que se escriben solo una vez en la vida (y no hay por qué lamentarse: lo excepcional sería repetir una obra como El testigo; lo excepcional es escribir, aunque sea una sola vez, una obra como El testigo). Firmemente arraigada en un contexto, una temática y un lenguaje mexicanos, es una novela cuyos valores trascienden las fronteras nacionales y lingüísticas y termina instalándose en el plano de lo mítico y lo alegórico. Al final, no es solo la trivial historia novelesca de Julio Valdivieso, intelectual mexicano, regresando al país y sus nuevas circunstancias políticas y sociales (la trama está situada a principios del siglo XXI); es el hombre, a secas, regresando a los principios de lo femenino y de la tierra.

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